Corría el verano de 1925 y el Mar del Plata Golf Club era el punto de encuentro de la alta sociedad argentina. Entre sus visitantes frecuentes se encontraba un joven Luis Federico Leloir, futuro Premio Nobel, quien disfrutaba de una comida con amigos. En la mesa, como siempre, los mariscos estaban acompañados de los mismos aderezos de siempre, algo que despertó la inquietud del científico en formación.
Con su curiosidad a flor de piel, Leloir pidió algunos ingredientes adicionales al mozo. Mayonesa, kétchup, un toque de coñac y unas gotas de salsa Tabasco fueron los elegidos para una mezcla improvisada que resultó ser un éxito rotundo. Sin saberlo, acababa de crear la salsa golf, un aderezo que con los años se convertiría en un infaltable en las mesas argentinas.
Si bien al principio la salsa golf se mantuvo como un secreto entre los círculos más exclusivos, con el tiempo su popularidad comenzó a crecer. Fue en las décadas de 1960 y 1970 cuando las grandes marcas de aderezos vieron su potencial y comenzaron a producirla a gran escala, facilitando su acceso a todos los hogares.
Para los años 80, ya no había cóctel ni reunión donde no apareciera un plato de palmitos con salsa golf. Su uso se extendió a ensaladas, carnes y hasta pizzas. Hoy en día, aunque perdió algo de protagonismo frente a otras opciones, sigue siendo una opción infaltable en hamburgueserías, puestos de panchos y cualquier heladera argentina.
A pesar de que la versión industrial se consolidaron en el mercado, muchos prefieren prepararla en casa con ingredientes frescos. La receta base sigue siendo la misma que ideó Leloir: mayonesa y kétchup en proporciones similares, con algunas variantes que incluyen mostaza, jugo de limón, especias como pimentón y comino, e incluso un toque de salsa picante y coñac para quienes buscan revivir el sabor original.
Su versatilidad la mantuvo vigente en la gastronomía argentina, ya sea acompañando mariscos, carnes o incluso platos innovadores como la pizza con palmitos y salsa golf, una combinación impensada fuera de Argentina.
Aunque su contribución a la gastronomía es indiscutible, Luis Federico Leloir pasaría a la historia por méritos mucho más trascendentales. En 1970, recibió el Premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre los nucleótidos azúcares y su papel en la formación de hidratos de carbono, fundamentales para comprender enfermedades como la galactosemia.
Leloir fue el segundo y último argentino en recibir un Nobel en ciencias por investigaciones realizadas en el país, un reconocimiento que puso a la ciencia argentina en el escenario mundial. Aunque su mayor legado está en la medicina, su aporte a la cocina sigue vivo en cada bocado de salsa golf, ese aderezo nacido de la curiosidad de un genio.