Cuando los 134 cardenales se reúnan en los próximos días para elegir al sucesor de Francisco, las deliberaciones serán rápidas, o eso se espera.
Desde comienzos del siglo XX ningún cónclave ha durado más de cuatro días. Sin embargo, no siempre fue así.
Hubo un tiempo en el que los fieles debieron esperar meses e incluso años para que el Espíritu Santo indicara a los purpurados el nombre del Papa.
El cónclave que eligió a Gregorio X posee el récord de duración: 34 meses, casi tres años.
Tanto se prolongó el cónclave, que durante el proceso murieron tres de los cardenales electores.
En noviembre de 1268 el Papa Clemente IV falleció en la ciudad de Viterbo (Italia). En ese momento comenzó la “sede vacante” de la Iglesia Católica más prolongada de sus 2.000 años.

El papa y la curia residían en esta ciudad para mantenerse lejos de los conflictos políticos que había en Roma, y pocos años antes se había construido incluso una sede oficial, el Palacio Papal.
Los 19 cardenales electores se reunieron el 29 de noviembre en la catedral de San Lorenzo para votar.
En realidad eran 20 pero el cardenal Rodolfo de Albano murió durante la sede vacante.
De los 19 que se reunieron, otros dos morirían durante el Cónclave: Stefan Vancza (primer cardenal húngaro de la historia) y Giordano dei Conti Pironti da Terracina.
El Cónclave de bandos y traiciones
En el siglo XIII los cardenales disponían de una mayor libertad que en la actualidad durante el proceso.
De hecho, no estaban incomunicados con el exterior, salían y entraban del recinto religioso cuando querían y hablaban con quienes quisieran. Se producía una votación diaria y en caso de no haber acuerdo los cardenales regresaban a sus aposentos de la ciudad.
Así fueron pasando las semanas con votaciones infructuosas. Los cardenales estaban divididos en dos grandes facciones.
Los carolinos, partidarios de un papa francés (representados por Carlos de Anjou) y los gibelinos, que querían un papa de la esfera del Sacro Imperio Romano Germánico.
A estos había que sumar dos facciones menores que apoyaban a sendas familias nobles de Roma, los Orsini y los Annibaldi.

Sin embargo los Annibaldi se unieron con los gibelinos y los Orsini se alinearon con los Anjou.
El problema era que la elección papal requería (como ahora) una mayoría de dos tercios de los votos de los cardenales, algo imposible de conseguir ya que las dos facciones mayoritarias se vetaban mutuamente.
Tanto carolinos como gibelinos contaban al menos con 9 cardenales fieles.
Una vez más se desató una guerra de poder en la cúpula de la Iglesia. Estrategias, pactos y traiciones. Casi un año después, la impaciencia ya molestaba a los fieles. Pero también a los reyes y nobles de la cristiandad, todos interesados en que el obispo de Roma fuera cercano a sus propósitos.
Después de dos meses, los cardenales eligieron a Philip Benizi de Damiani, general de la Orden de los Servitas, que había llegado a Viterbo para amonestar a los cardenales, pero huyó para evitar su elección a papa.
A medida que el tiempo pasaba, el proceso empezó a ser más lento: si al principio votaban una vez cada día, más adelante empezaron a hacerlo una o dos veces por semana, y más adelante podían pasar varias semanas sin una votación, mientras cada bando intentaba atraer a cardenales contrarios con promesas políticas.
Cada cierto tiempo se proponía un candidato nuevo con la esperanza de que pudiera conseguir un consenso entre las facciones, pero ningún bando quería dar su brazo a torcer.
Para acelerar el proceso, los cardenales fueron recluidos en el Palacio Papal de Viterbo, donde permanecieron incomunicados. Era el primer aviso.
Aunque el Palacio Papal era más modesto que el Vaticano, los cardenales estaban bien alojados y alimentados a expensas de las arcas de la ciudad, que se vaciaban al tener que mantener a los eclesiásticos y a su séquito, obligando a aumentar los impuestos sobre los ciudadanos y el comercio.

Sin embargo, con el tiempo, la cortesía llegó a su límite y tanto la población local como las autoridades municipales comenzaron a impacientarse.
Menos comida y más muertes
Los magistrados de la ciudad de Viterbo decidieron aumentar la presión sobre los purpurados y racionaron los alimentos y el agua.
También se decidió encerrarlos con llave hasta que no llegasen a un acuerdo: de ahí nació el nombre de cónclave (del latín cum clave, es decir, con llave).
De esta manera se evitaba la tentación de que salieran a buscar comida, bebida o distracciones.
Sin embargo, la medida resultó insuficiente y el “habemus papam” no aparecía.
Entonces en el verano de 1270, cuando ya llevaban casi dos años de elección se ordenó a un grupo de trabajadores quitar partes del techo del Palacio Papal, en concreto, de los dormitorios y de la sala donde deliberaban. La razón que dieron con ironía es que lo hacían para ayudarles ya que sin el techo de por medio, “Dios iluminaría sus deliberaciones”.
Con la llegada de las lluvias de otoño y después el frío invernal, las cosas empezaron a ponerse feas para los cardenales. A causa de las malas condiciones, del racionamiento y de la avanzada edad de muchos, empezaron a enfermar. Tres de ellos no llegarían vivos al final del cónclave.
En agosto de 1271 la situación ya era insostenible. Felipe III de Francia obligó a los purpurados a designar un reducido comité formado solo por seis de los cardenales electores para designar un candidato de consenso.
Con la amenaza de Francia ya sobre sus cabezas y el riesgo a posibles cismas, el comité eligió el 1º de septiembre de 1271 a Tebaldo Visconti como papa. Sin embargo, había un problema. Visconti no era sacerdote y además se encontraba en Tierra Santa.

Visconti partió el 19 de noviembre de 1271 y llegó a Viterbo el 12 de febrero de 1272, donde tomó el nombre de Gregorio X. Entró en Roma el 13 de marzo de aquel año donde fue ordenado sacerdote y posteriormente obispo, requisito imprescindible para ser Papa.
Fue coronado el 27 de marzo de 1272.
Una de las primeras cosas que hizo fue trasladar de nuevo la curia a Roma, en un intento de devolver una apariencia de normalidad después de un cónclave que había minado la credibilidad de la institución.
El 27 de marzo de 1272, fue coronado en la Basílica de San Pedro con el nombre de Gregorio X, poniendo fin a uno de los episodios más críticos de la historia de la Iglesia.
La Iglesia Católica ya tenía nuevo líder. Sin embargo, la imagen había quedado deteriorada por el largo interregno sin un Pontífice.
Nuevo papa y nueva ley
Para tratar de evitar que algo tan bochornoso sucediese nuevamente, Gregorio X reformó el sistema de cónclave mediante el “Ubi periculum”.
Las reglas de “Ubi periculum” obligaban a los cardenales electores a ser apartados de la totalidad del mundo. Y cambió la manera de alimentarlos: a través de una pequeña abertura se les daría la comida, y esta se racionaría el tercer día (con una sola comida) y al octavo día (con sólo pan y agua mezclada con un poco de vino).

Los cardenales tampoco recibirían de la Cámara Apostólica todos los pagos que conllevara su cargo hasta que el cónclave se diera por terminado.
Por supuesto, el siguiente cónlave, en 1276, duró…1 día.
Fuentes: ABC, National Geographic, Wikipedia y otros.