La llaman “la carretera de la muerte”. En esa autopista que rodea Jerusalén, un camión impacta contra un bus escolar, que vuelca y se enciende en llamas. Un grupo de personas que estaban cerca empiezan a sacar a los niños. Son todos palestinos y tienen cuatro o cinco años. Las ambulancias tardan en llegar. El padre de uno de los pequeños pasajeros está en la carnicería cuando alguien llama y le pregunta si su hijo fue a la excursión de la escuela. El hombre se llama Abed Salama y está por vivir uno de los peores días de su vida.
Su tragedia personal narrada por el periodista Nathan Thrall en la crónica ganadora del Premio Pulitzer 2024 Un día en la vida de Abed Salama (Anagrama) se convierte en la punta del iceberg para contar la tragedia mayor de un conflicto que lleva más de medio siglo sin encontrar una solución pacífica.
Thrall es estadounidense, pero reside desde hace varios años en Jerusalén. Ha publicado artículos y reportajes en medios como The New York Times Magazine, The Guardian, London Review of Books y The New York Review of Books, donde publicó en 2021 una versión corta de lo que luego sería Un día en la vida de Abed Salama.
Además, ha formado parte durante una década de la ONG International Crisis Group y ha sido profesor en el Bard College.
Preguntas difíciles, invitaciones canceladas
Cuando a principios de octubre de 2023 estaba por empezar una gira para hablar sobre el libro, sabía que tendría que enfrentarse a las preguntas difíciles. Lo que no podía anticipar es que, en la misma semana de la publicación, Hamas atacaría el sur de Israel y varios de los eventos a los que planeaba ir retirarían la invitación.

Un caso similar fue el de la escritora palestina Adania Shibli, quien iba a recibir el premio LIBerturpreis por su novela Un detalle menor cuando la feria de Frankfurt decidió posponer indefinidamente la entrega en un hecho que fue rechazado por autores y profesionales de la edición de todo el mundo.
Las similitudes entre la obra de Shibli y la crónica de Thrall no acaban en esa coincidencia, sino que comparten un enfoque. Dos hechos trágicos como el de una violación, en un caso, o un accidente de tránsito en el otro, sirven como la punta de un ovillo para revelar el entramado entre lo personal y lo político en las vidas de los habitantes de Cisjordania y los terrenos ocupados por Israel.
El siniestro vial ocurrido en 2012 y el laberinto de obstáculos que atraviesa Abed Salama para enterarse del destino de su hijo accidentado lleva las marcas de un sistema de apartheid, tal como lo caracteriza Thrall. Era ese cotidiano impregnado de violencia el que quiso retratar, mucho antes del inicio de los últimos ataques.
Desde lo estilístico, la crónica de Thrall mantiene un pulso de suspenso que, lejos de sentirse como un artificio, subraya la necesidad de prestar atención a los detalles y lleva el mensaje a la forma: para comprender el hecho, es imperioso situarse en el contexto, hurgar con detenimiento en la historia para llegar a las causas profundas.
Omisiones del juicio
El conductor del camión fue condenado, pero Thrall apunta a las omisiones del juicio: los controles del ejército demoraron la llegada de las ambulancias, los servicios de emergencia palestinos requerían de autorización para circular en la zona del accidente y tampoco llegaron a tiempo.
La deficiencia de lugares de juego forzó a la escuela a hacer una excursión por una vía mal mantenida en la que siempre había embotellamientos por los puestos de control que ralentizaban la movilidad de cientos de palestinos.
Una tormenta perfecta de negligencias y abandono estatal –para muchos, evidentemente intencional– que dio como resultado la muerte de seis niños y una docente.
La narración empieza con el angustiante caos del accidente para luego ir deteniéndose en las historias personales de cada uno de los implicados: el propio Abed, los primeros en rescatar a los niños como la médica Huda Dahbour y el conductor que la llevaba a su trabajo en una clínica móvil de refugiados; los paramédicos Nader Morrar y Eldad Benshtein, el primer israelí en llegar a la escena, militares israelíes y miembros de la Autoridad Palestina, otros padres afectados. Son tantas las personas involucradas que el libro incluye un listado de nombres a modo de guía.
Esta abundancia de historias redunda en la clara búsqueda de Thrall de mostrar cómo el conflicto moldea las vidas a uno y a otro lado de los muros de Jerusalén y hace que el relato cobre matices.
Abed es un hombre común con sus virtudes y defectos. Hubo colonos israelíes que se solidarizaron con las familias golpeadas por el accidente a través de una pancarta de condolencias y donaciones. Ni el pueblo palestino ni los habitantes de Israel aparecen como bandos con opiniones homogéneas.
De forma tristemente anticipatoria, el libro concluye con un devastador epílogo en el que se comentan las reacciones en internet y redes sociales que tuvo el accidente en su momento, entre las cuales ya estaba instalado un clima de odio y deshumanización.

“Hay otro camino, una solución política sin supremacías étnicas, con derechos nacionales para nuestros pueblos”, expresó el israelí Yuval Abraham en la última ceremonia de los premios Oscar al aceptar el premio por el documental No Other Land, que dirigió junto a su compatriota Rachel Szor y los palestinos Basel Adra y Hamdan Ballal.
La de Nathan Thrall es una voz más que reclama por la construcción de ese otro camino, un conmovedor llamado a la empatía que tuvo la mala o justa suerte de aparecer en un tiempo de radicalización de los discursos.
Un día en la vida de Abed Salama, de Nathan Thrall (Anagrama) .