lunes, abril 28, 2025
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Francisco y la diplomacia de la esperanza



Más allá de su rol como líder espiritual, Jorge Mario Bergoglio o el Papa Francisco ha sido, desde el inicio de su pontificado, un actor político de peso en la escena internacional. Como jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano, un Estado soberano desde 1929 con la firma del Tratado de Letrán, participó activamente en el entramado diplomático global, con presencia formal en múltiples organismos multilaterales y una influencia que trasciende con creces el tamaño de su territorio.

Francisco llevó la diplomacia vaticana a un nuevo nivel, articulando una visión del mundo centrada en la dignidad humana, la justicia social y la necesidad de construir una comunidad internacional capaz de enfrentar los desafíos del siglo XXI.

Su mensaje no fue neutral: defendió con firmeza a los migrantes, condenó los conflictos armados e insistió en que las relaciones internacionales no pueden estar ajenas al sufrimiento de los más vulnerables.

Una de las expresiones más nítidas de esta visión es el discurso anual que dirige al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. En el más reciente, pronunciado el 9 de enero pasado, Francisco apeló a lo que denominó una “diplomacia de la esperanza”. Inspirado en las palabras del profeta Isaías, hizo un llamado a los Estados a convertirse en heraldos de paz, a dejar atrás el fatalismo bélico y a trabajar por un orden internacional más humano y solidario.

El discurso no eludió las urgencias del momento. Fue claro en su condena a las guerras, reafirmando la necesidad imperiosa de proteger a las víctimas civiles, principio vertebral del derecho internacional humanitario que hoy se ve con demasiada frecuencia ignorado. Asimismo, reiteró su histórica postura contra la pena de muerte y pidió a los países que aún no la han abolido que lo hagan de manera definitiva.

Pero Francisco también fue más allá. Con lucidez, apuntó a los límites de las instituciones multilaterales actuales, muchas veces paralizadas por la falta de voluntad política o atrapadas en dinámicas de poder que impiden respuestas eficaces ante crisis globales.

Resulta particularmente valioso que en este mundo cada vez más fragmentado y escéptico, una figura con la autoridad moral del Papa convoque a la esperanza, no como idealismo, sino como horizonte político. Frente a los discursos del miedo, del odio y del sálvese quien pueda, Francisco insistió en que otra forma de hacer diplomacia -más ética, más solidaria, más humana- no solo es posible, sino urgente.

Puede que sus palabras no cambien de inmediato el rumbo de las grandes potencias ni frenen por sí solas los conflictos del mundo. Pero sí interpelan conciencias, marcan agenda y abren caminos. En tiempos de tanta desesperanza, eso ya es un acto profundamente político.



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