Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto)” comienza el cuento Funes, el memorioso. “Lo sabemos (tenemos derecho a pronunciar ese verbo sagrado)”, se podría parafrasear a Jorge Luis Borges. Porque en el siglo XXI es posible saber lo que está ocurriendo en tu casa, tu barrio, tu país, el país más lejano y gran parte del universo.
Funes, tal como lo describe Borges, era un hombre joven del siglo XIX con una memoria extraordinaria. “Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho.” Hoy podemos saber las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y compararlas con las vetas de un libro en pasta española y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho.
Del primer encuentro con Irineo Funes el narrador retiene “algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora”. Tenía una percepción exacta del tiempo cronológico. Casi como todos hoy.
Había nacido en Uruguay. Era un compadrito que vestía bombacha y alpargatas, tenía un mate con las armas de la Banda Oriental. Fumaba algunas veces. Era hijo de una planchadora del pueblo y de un hombre de quién se ignoraba paradero y profesión.
Pasaba sus días en un campo de Fray Bentos como cualquier hombre tranquilo hasta que una tarde lluviosa un accidente en la estancia lo transformó. Lo volteó un caballo. Quedó desde entonces sin poder levantarse del catre pero supo que la inmovilidad era un precio mínimo para su metamorfosis, “ahora su percepción y su memoria eran infalibles”.
Uno de los primeros periódicos modernos se publicó en 1605 en Estrasburgo. Tenía cuatro páginas, frecuencia semanal o quincenal y noticias sobre guerras, decisiones reales o eclesiásticas. Publicaba entre 1.500 y 3.000 palabras (esta nota tiene 630).
Hoy se generan trillones de bytes de datos por día, más que todos los periódicos juntos de siglos pasados. Somos Funes de un siglo de excesos de excesos y excesos de carencias. Si el personaje de Borges quería reconstruir un día entero demoraba un día entero en hacerlo. ¿Cuánto se demora en reconstruir una vida actual con fotos y videos? No alcanza el tiempo para ver los registros del tiempo. “Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez”.
Funes había adquirido su don tras una fatalidad. ¿Cuál es el caballo de los Funes siglo XXI? ¿Cómo las consecuencias? Mientras escribo esta nota leo los últimos titulares de varios diarios y veo fotos de una isla lejana en Taiwán, ubico la isla en el mapa, escucho una canción nueva en la radio y leo instrucciones para hacer una flor en plastilina. Vuelvo a leer los titulares que ya no son los mismos. “Discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso.”
Había aprendido inglés, francés, portugués y latín sin esfuerzo. Entre otras complicaciones, le era muy difícil dormir porque consideraba que dormir era distraerse del mundo. “Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”. Asustan las semejanzas.
Analía Sivak es escritora