miércoles, junio 18, 2025
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«La gente recién va al psiquiatra tras un intento de suicidio, no ante el primer síntoma depresivo», advierte un especialista


Que los que van al psiquiatra están locos. Que si voy al psiquiatra, seguro me medica. Que si estoy bien, entonces puedo dejar la medicación. Que los psicofármacos son para atontar a la gente.

Estas son algunas de las premisas que operan en la sociedad, según el psiquiatra Pablo Castañón, y terminan teniendo un efecto nocivo: alejan a quienes más los necesitan de los tratamientos que les ayudarían. Así lo plantea en su nuevo libro, La falacia de la química cerebral. Por qué no necesitás más serotonina para ser feliz (VR Editoras).

Sería sencillo asegurar que esto es así solamente porque la gente está equivocada. Sin embargo, Castañón apunta hacia otros lugares para construir una perspectiva en la que no se reparten culpas, pero sí, de alguna manera, responsabilidades. Y son compartidas.

Al analizar los posibles porqués de estas «falacias», las enlaza tanto a discursos que circulan en medios de comunicación (cuando, por ejemplo, aluden a la medicación psiquiátrica como «un cóctel»), como al quehacer de muchos profesionales que, lejos de tomarse el tiempo de escuchar a sus pacientes, los atienden en cinco minutos con la medicación sobre el escritorio («tenemos que humanizar la psiquiatría, el verdadero acto médico es a través de la empatía», dirá).

Castañón conversó con Clarín sobre los riesgos de no acudir al psiquiatra a tiempo («la gente recién va al psiquiatra cuando tuvo un intento de suicidio, no cuando tuvo el primer síntoma depresivo«) , las causas del actual malestar en las personas y también sus consecuencias: «Se nos viene una pandemia de problemas de salud mental, adicciones y brotes psicóticos», advertirá.

—En el título del libro parecés estar respondiéndole a alguien ¿Es así? ¿A qué apuntás con su publicación?

—El título del libro es una especie de anzuelo, una manera de que la gente entre al mundo de la psiquiatría. Me parece que hoy en día la sociedad está necesitando entender un poco más sobre todo esto de la serotonina y la felicidad, y también sobre, por ejemplo, lo que pasó con la masacre de Villa Crespo, y todo tiene que ver con todo, con un área oscura, y somos los psiquiatras los que justamente no salimos nunca a hablar sobre esto.

—¿Cuáles son esas áreas oscuras?

—Una de ellas es tan simple como, por ejemplo, cuál es la función del psiquiatra, o para qué son los psicofármacos. La gente cree que ir al psiquiatra está relacionado con la violencia, con la locura. Y que los psicofármacos son dispositivos para atontar a la gente, para tenerla drogada, dormida.

Por ejemplo, yo miro el caso de Maradona por televisión y me pongo nervioso porque leo “el cóctel que le dio la psiquiatra”. ¿Cómo el cóctel? ¿La psiquiatra armó un cóctel para hacerle daño? Eso, por ejemplo, habla por sí solo de lo que entendemos todos como sociedad, de lo que es la psiquiatría y el tratamiento psiquiátrico.

—¿Tienen mala prensa los psiquiatras?

— Es que si cada vez que se habla de algo de psiquiatría en los medios, leemos «el cóctel», imaginate una mamá convenciendo al hijo que tiene que ir al psiquiatra porque tiene alucinaciones. Me parece que espantamos, y viendo que se nos viene una pandemia de problemas de salud mental, ya sea de adicciones, de brotes psicóticos, como ya vimos lo que pasó en Tres Arroyos, o en Villa Crespo; y nosotros mismos no entendemos la psiquiatría, y encima la comunicamos de una forma que espanta a los potenciales pacientes que necesitan tener esos tratamientos…. Ahí es donde yo digo que hay zonas oscuras.

—Respecto de esta pandemia de problemas de salud mental: ¿por qué crees que los casos van a aumentar tanto?

— No lo pienso yo, sino que está estudiado, son estadísticas, proyecciones: en lo vinculado a adicciones, depresión, ansiedad, psicosis y Alzheimer, está todo multiplicado.

—¿A qué lo adjudicás?

—Creo que intervienen muchos factores: desde el estilo de vida que llevamos la mayoría de las personas, que no contempla los cuidados de la salud mental hasta el acceso y la utilización de drogas de abuso.

También por las dinámicas socioculturales: antes vos te juntabas a comer un asado y estabas mirando cuatro horas a la persona que tenías adelante, ahora estás mirando el teléfono y ocasionalmente a la persona que tenés enfrente.

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Es muy complejo, y tenemos un montón de avances en la ciencia, porque la gente ya no se muere de sarampión, hay cada vez mejores oportunidades para el cáncer, mejores tratamientos si te agarra un infarto, hoy una persona le da una ACV y por lo general no se muere.

En cambio, la salud mental es como si hubiera quedado reducida a una cueva con un viejito con una frazada adentro prendiendo una vela y sahumerios. Se vienen tiempos muy complicados en materia de salud mental y los psiquiatras somos vistos de esa manera.

—¿Quién debería consultar con un psiquiatra?

—Yo creo que puede consultar cualquier persona que tenga la sensación de estar teniendo un cambio en su manera de vivir, que está atravesando una situación o de mucha angustia o de mucho nerviosismo, o cambios simplemente en su personalidad, como recortarse de su entorno, empezar a dejar de tener ganas de hacer cosas que antes tenía ganas de hacer, o empezar a tener un hábito más nocivo de golpe, por ejemplo alguien que no tomaba alcohol, o que tomaba poco, está tomando todos los días bastante cantidad.

Y el psiquiatra analizará si te dice «a raíz de esto que me contás, veamos si podés hacer una terapia y mejorar».

En ocasiones será necesario indicar un fármaco, o por ahí hay que hacer determinado estudio, porque justo si vos tenés diabetes y empezaste con estos síntomas, podría ser que la enfermedad no esté bien controlada y que se deban a eso. En ese caso, el psiquiatra no da un psicofármaco, recomienda consultar con el endocrinólogo.

Insisto en que hay que perderle el miedo a la consulta psiquiátrica, porque ese miedo funciona como barrera de accesibilidad, y la gente recién termina yendo al psiquiatra no cuando tiene el primer síntoma depresivo, sino cuando ya tuvo un intento de suicidio, o ya está pensando en algo totalmente dramático, o ya perdió algo: ya se separó, ya los hijos no le hablan, engordó 10 kilos. Hasta que llega un momento en el que finalmente dice «bueno, evidentemente tengo que ir, porque no me queda otra».

Incluso la familia muchas veces es la que dice «está triste, pero no lo vas a mandar al psiquiatra, si no está loco». O «¿cómo va a ir el psiquiatra, si es abogado o es fiscal?» Y no, no es una cuestión de clase social.

La realidad es que después de haber consultado, vos ves al paciente en los controles, y se aprecia cómo mejora, retoma sus funciones, básicamente porque uno le dio un tratamiento médico.Y el paciente ahí piensa «qué lástima que no vine antes».

Pablo Castañón afirma que hay muchos mitos que atentan contra la búsqueda de tratamiento. Foto gentileza.Pablo Castañón afirma que hay muchos mitos que atentan contra la búsqueda de tratamiento. Foto gentileza.

—¿En el libro también le apuntás a los psiquiatras?

—Yo insisto mucho en la necesidad de humanizar la psiquiatría. Porque el colmo de que vos tengas un familiar con un brote psicótico, adicto a la cocaína, o con una depresión grave, es que vayas al psiquiatra y el psiquiatra te trate mal, te tenga esperando dos horas, te atienda cinco minutos y te ponga una pastilla arriba del escritorio.

Entonces, tomemos la posta para hablar nosotros, pero también humanicemos un poquito la psiquiatría. Seamos un poco más humanos porque los psicofármacos son la herramienta que tenemos para trabajar, pero la verdad que no se cura nadie con esto.

El verdadero acto médico que nosotros hacemos es a través de la empatía y a través de mirar a la persona que tenés adelante, escuchar su drama y ayudarla a entender que la vas a estar esperando para ver sus logros.

—El caso de Villa Crespo generó muchísimo impacto ¿algo de todo lo que venimos hablando puede haber incidido en que un caso termine con ese desenlace?

— Primero que nada, entender que los psicofármacos no son castigos, no son amedrentamientos, ni penitencias. Son tratamientos.

Entonces, cuando una persona que está en un tratamiento psicofarmacológico, y de repente está bien, los amigos, o por ahí hasta el marido, pueden llegar a decirle «ya no tomes más eso». Y eso es una trampa en la que caen muchos pacientes. La medicación adquiere una connotación muy negativa.

—Además del abandono de los tratamientos, se habló de subestimación de síntomas y de fallas en la atención del sistema de salud ¿creés que alguno de estos factores tuvieron alguna una incidencia?

—Es muy difícil estar en los zapatos del psiquiatra, porque yo creo que si la persona de Villa Crespo hubiera sido paciente mía, por ahí me pasaba lo mismo.

Creo que es positivo ser sinceros y no estar denostando al otro, como diciendo «miren cómo hacen todos las cosas mal, si las hubieran hecho como yo digo esto no pasaba», porque la verdad es que uno tiene un montón de pacientes, y muchas veces, vos ni te enterás cuando el paciente tiene una descompensación. No es que acá lo estaban tratando de ubicar al psiquiatra y no lo podían encontrar.

Básicamente se descompensó, y la verdad que cuando se descompensan los pacientes, de 100 que se descompensan, yo creo que ni 0,25 hacen lo que pasó en Villa Crespo. Es bastante sobresaliente lo que pasó, muy cinematográfico.

—¿Qué pensás de la Ley de Salud Mental?

—Como un montón de otras cosas, no tiene que ver con una mala intención. Hay que sacar eso del medio. Yo creo que tiene que ver con la ignorancia de lo que hace la psiquiatría. La intención de la Ley es buena, es tratar de preservar los derechos de los pacientes, la posibilidad de autodeterminarse de una persona, de si quiere estar o no internada, para no entrar en injusticias o en horrores, en cosas innecesarias.

Pero la verdad es que justamente una persona con un brote psicótico, si hay algo que no puede tener, es determinación de sus acciones. Entonces, hacerla decidir sobre la pertinencia de continuar la internación es no conocer cómo funciona una psicosis. Por eso creo que es más una cuestión de ignorancia que de malas intenciones. No es una ley de malas intenciones, es una ley que dejó por fuera a la psiquiatría de los debates. La debatieron entre otras especialidades, la pensaron más en términos políticos que en términos de salud.

Lamentablemente, la internación involuntaria tiene que estar, es necesaria, las familias lo piden por favor. No se puede apelar a la voluntad de alguien que está intoxicado por cocaína y está vendiendo todas las cosas de su casa, pegándole a la mujer y no llevándole comida a los hijos y en un estado de euforia total.

Yo creo que la ley no está bien, no sirve, no cuida a la gente y hay que reformularla. Para mí hay que hacerla de vuelta directamente. Creo que no funciona y no cuida a nadie.

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