“Los norteamericanos somos algo masoquistas con nuestro propio arte. Y está justo frente a nuestras narices”. Las palabras las disparó Clint Eastwood. El director de Los Imperdonables sabe bien de lo que habla: cómo Estados Unidos mira aún hoy con cierto complejo su propio genio creativo, especialmente cuando se lo compara con la “alta cultura” europea. Desde el western, Edgar Allan Poe y la novela negra, hasta el talento de Orson Welles o Alfred Hitchcock.
Y, por supuesto, en esta lista figura el jazz moderno, con Charlie Parker a la cabeza. Ese artista único, cuya figura sigue siendo clave, especialmente hoy, en el 70º aniversario de su muerte. Con Parker, se puede trazar un camino que va de Eastwood hasta las creaciones de Julio Cortázar o la inspiración de Pappo.

Un ave demasiado fugaz
Charlie «Bird» Parker nació el 29 de agosto de 1920 y murió el 12 de marzo de 1955. Fue el líder espiritual de la generación del Bebop, un subgénero del jazz que, junto a Dizzy Gillespie y Thelonious Monk, marcó el fin del jazz orquestal, bailable y elegante.
¿Música de big bands con más de 30 músicos? Bird apostó por una formación más reducida, de no más de cinco músicos. ¿Reglas estrictas para las composiciones? Parker rompió con los cánones del jazz tradicional al crear una improvisación que, en lugar de seguir la partitura, tomaba su propio vuelo.
¿Un cantante con estilo y una unión perfecta entre las secciones de la Big Band? El Bebop de Parker trajo composiciones largas y complejas, en las que, en los discos en vivo, las grabaciones comenzaban solo cuando el solo instrumental arrancaba o cuando se desataba la “batalla” entre dos saxofonistas.
El primer punk
Solo contra todos, Charlie Parker fue el primer punk. Hizo una revolución total. Sacudió a la generación de jazzmen de la era del swing con una música nueva: cerebral, imposible de bailar y que desafiaba las normas comerciales. Cuando Ástor Piazzolla declaró de su nuevo tango «que se baile pero que también se escuche», probablemente estaba pensando en él.
Con la increíble velocidad de sus manos, Parker llevó la música, la improvisación y el saxofón contralto a terrenos desconocidos. Fue un Hamelín contemporáneo: saxofonistas, bateristas, pianistas y bajistas empezaron a imitar su estilo.
Parker pagó al contado. Los tempos vertiginosos, su virtuosismo extremo y la digitación ultrasónica… Su adicción a la heroína lo llevó a un final temprano, pero su alma, como su música, arde para siempre.
Cuando su dealer (a quien le daba una parte fija de sus ganancias) fue encarcelado, Parker reemplazó la heroína por el alcohol. Durante los seis meses que pasó en el hospital psiquiátrico, rodeado de locos, abandonados y dementes, compuso su clásico Relaxin’ at Camarillo.
Murió a los 34 años, y según sus biógrafos, consumía heroína desde los 16 o 17. El forense que revisó su cadáver concluyó que, por su estado físico, debía tener «aproximadamente 60 años».
De Kerouac a Pollock
La nueva música de Parker, el Bebop, necesitaba un nuevo arte americano. Su influencia no solo llegó a músicos, sino también a escritores, pintores y cineastas.
El pintor Jackson Pollock se inspiró en Charlie Parker para crear el dripping, una técnica en la que arrojaba y dejaba chorrear la pintura. El cuerpo, como motor del pincel o del saxo, se entrega físicamente a la libertad total.
En las páginas de En el camino de Jack Kerouac, el patriarca beatnik, la cadencia y el flujo constante de la escritura imitan la música sin pausas ni escalas del Bebop. La novela, escrita en 1947, coincide con el momento en que el Bebop estaba en su apogeo en Estados Unidos.
Y fue Kerouac quien escribió el poema Charlie Parker, comparándolo con Buda: “Ya no Charlie Parker / Pero el secreto e indecible nombre que carga con su merecido / No puede medirse / De aquí para arriba, abajo, este u oeste / Charlie Parker arroja la perdición lejos de todos y de mí.”
La técnica cut-up de William Burrough utiliza el azar improvisado jazzero y parkeriano. Y hasta el comienzo del poema Aullido (“… en busca de un pinchazo furioso…”) de Allen Ginsberg, podría leerse como la tragedia de la vida y miserias de Parker.
Clint Eastwood lo retrató en Bird, película biográfica con la actuación principal de Forest Whitaker.
Charlie Parker en Argentina
En la lengua castellana, Julio Cortázar fue un adelantado. Ya en Rayuela, su mención de Bird -y especialmente en el cuento El perseguidor– muestra su conexión con el Bebop.
El saxofonista protagonista, Johnny Carter, es una clara referencia a Parker. Su carácter trágico y vanguardista se subraya con la repetición de su frase: “Esto lo estoy tocando mañana”, un símbolo de un artista que corre contra el corto tiempo de su vida.
Inspirado en ese cuento, Litto Nebbia compuso el tema Carlos Charter en 1984, y Pedro Aznar hizo Esto lo estoy tocando mañana, en 1986.
Pero fue quizás Pappo quien mejor captó la esencia de Parker. En una entrevista con Clarín, dijo: “Charlie Parker nunca sabía lo que iba a hacer. Ese tipo era tan bueno que me hace reír cada vez que lo escucho”.
Discos y grabaciones claves
Lo más recomendable para acercarse a Bird por primera vez son sus pioneras grabaciones para Savoy Records, reeditadas en formato digital y vinilo.
Las grabaciones del sello Dial incluyen en el conjunto de Parker a un joven Miles Davis.
Bird and Diz, junto a Dizzy Gillespie. El trompetista llamó a Charlie Parker “el otro latido de mi corazón”. Una declaración de afecto y respeto elocuente que se aprecia en un álbum de talento fraternal y descomunal.
El box The Complete Charlie Parker On Verve, incluye sus discos junto a Big Bands, sus famosos cuartetos de Charlie Parker in Hi-Fi o experimentos latinos, con su impensable versión de La cucaracha.