martes, mayo 20, 2025
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El verdadero ganador del domingo



Un repaso a los resultados de la elección porteña del pasado domingo muestra que Manuel Adorni, de La Libertad Avanza, quedó primero con un 30,13%; Leandro Santoro, por el peronismo, segundo con 27,35%; Silvia Lospennato del PRO tercera con el 15,93%; Horacio Rodríguez Larreta, por Volvamos Buenos Aires, cuarto con 8,08% y Vanina Blasi, del Frente de Izquierda, quinta con 3,16%. El porcentaje más alto, sin embargo, el que dio el verdadero batacazo, no apareció en las encuestas ni se consignará en ninguna grilla. El ausentismo fue el más claro ganador en la Ciudad.

Y la cifra es récord: sólo el 52,3% del padrón colocó su voto en la urna, un número que no tiene precedentes en comicios porteños. En las cinco elecciones previas (Salta, Jujuy, Chaco, San Luis y Santa Fe) también la baja concurrencia fue llamativa.

El dato no es menor. Para algunos analistas, está directamente vinculado con el desencanto que la sociedad siente respecto de la clase política: cuando confían en los políticos, sostienen, hay una gran motivación para ir a votar, y eso se evidencia en una participación alta. Cuando esa confianza desaparece, una de las respuestas es la abstención. Una forma de demostrar su apatía, convencidos de que el voto no cambiará nada, de que todo da más o menos lo mismo, o de que lo que se prometa en campaña será pasado por alto por si, una vez en la gestión, no sirve a sus intereses. Ya lo anticipaba Menem, con su “Si decía lo que iba a hacer, ¿quién me iba a votar”?

Analizando estos fenómenos hay observadores que hablan de una combinación de ciudadanos responsables con políticos malos, que llevaría a no votar para no elegir así a representantes que pueden hacer daño al país, la provincia, o el distrito

De aquellos 90 en que el menemismo hacía de las suyas a hoy, muchas cosas han cambiado, para peor. El descrédito de la política es una de las variables que han crecido, y ni siquiera es un fenómeno local.

Vale revisitar algunos indicadores de la edición 2024 de Latinobarómetro. Si bien la aprobación a la democracia como sistema en la región sigue siendo alta, un 52%, la insatisfacción con ella alcanza al 65%. Del 31% que en 2013 afirmaba que la democracia podía funcionar sin partidos ahora se pasó al 42%. Y, cifra récord desde 1997, un 39% sostiene que puede funcionar sin Congreso.

Puntualmente en Argentina, donde esos índices son mejores que en el promedio regional pero igualmente de cuidado, más de 2 de cada 10 piensa que la democracia puede funcionar sin oposición y apenas el 17% considera “que se gobierna para el bien de todo el pueblo”. Para un abrumador 79% “se gobierna para grupos poderosos en su propio beneficio”.

No obstante eso, un dato es llamativo: 7 de cada 10 creen que el voto puede cambiar el futuro. Pero en simultáneo sólo 2 de cada 10 se sienten representados por el Congreso. ¿Podría inferirse, de estos dos indicadores, la enorme distancia que media entre la voluntad que se expresa en las urnas y lo que termina pasando cuando ese representante elegido se sienta en su banca?

La otra pregunta es quién se hace cargo de estos mensajes que la sociedad va dando, al emitir estas opiniones, o al no presentarse a votar. Teniendo en cuenta, además, que una alta abstención electoral termina deslegitimando al ganador. Y la gran incógnita sobre si lo que pasó el domingo fue un fenómeno puntual o si se trata de las primeras manifestaciones de una tendencia.

Si bien el ejercicio de la democracia, para los ciudadanos, debiera ser mucho más que ir a votar cada dos años, no es bueno renunciar a ese derecho. Un derecho que fue negado en un período muy oscuro, apenas unas décadas atrás. Como decía Eisenhower, “la política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”



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