¿Por qué se insiste con “todos tienen celular” o “sabe usarlo más que yo”, ambas ideas que sólo empujan hacia un uso cada vez más precoz e intensivo de las pantallas? Lucía Fainboim, especialista en ciudadanía y crianza digital y cofundadora de la consultora Bienestar Digital, reflexiona sobre los principales dilemas en relación al entorno digital, y revaloriza la figura adulta, en su rol de cuidado.
Clarín conversó con ella en el marco de la presentación de “Lola y el desafío de desconectarse”, un cuento con foco en el uso adecuado de la tecnología durante la niñez, desarrollado por la Unidad de Promoción de Hábitos Saludables de Casa Ronald McDonald Argentina, en alianza con la consultora dirigida por Lucía, Bienestar Digital.
Escrita por Valeria Dotro, la historia aborda el uso de las pantallas a través de situaciones cotidianas que se dan en casa, en el colegio y otros ámbitos para que los chicos puedan sentirse identificados.
Fainboim es licenciada en ciencias de la comunicación (UBA), diplomada en educación, imágenes y medios en la cultura popular (FLACSO), y dirige la diplomatura “Tecnología y salud: desafíos y emergentes” junto a Federico Pavlovsky (UCA). Además, acaba de lanzar Cuidar las infancias en la era digital (Noveduc), un libro que busca revalorizar el rol adulto como figura de cuidado, también en los territorios digitales.

– En el libro decís que la idea de que los chicos son “nativos digitales” equipara habilidades instrumentales (poder hacerlo) y habilidades reflexivas (entender y saber riesgos), y nos lleva a creer que, por el simple hecho de manejar las herramientas tecnológicas, los niños y las niñas también poseen automáticamente la capacidad de utilizarlas de manera crítica. ¿Cómo influye esta noción en cómo criamos hoy?
– Cuando pensamos por qué nos cuesta asumir el rol adulto en Internet (cuidar), hay que desarmar algunas justificaciones que a las personas adultas nos quedan cómodas. Una de ellas tiene que ver con la idea de que “los chicos la tienen reclara, son nativos digitales, ¿qué voy a aportar yo como adulta si saben más que yo? Se bajan un jueguito online, yo no entiendo ni cómo empezar a jugar y ellos lo manejan súper bien”.
Pero hoy hay mucho consenso de que los chicos no son nativos digitales, y tenemos que dejar de utilizar esta categoría: no nacen con habilidades innatas.
Vemos chicos que tienen alguna habilidad instrumental (se bajan un jueguito o una aplicación y enseguida lo saben usar), pero que todavía les falta mucho desarrollo de habilidades reflexivas, es decir, comprender, saber cuidarse, dimensionar los riesgos y autorregularse en esa plataforma…
Aunque tenga una habilidad instrumental desarrollada, es preciso hacer ese trabajo como adulto, y saber que para hacer un uso reflexivo, me necesita.
Esto sumado a que tampoco tienen tantas habilidades operativas: nos cansamos de ver chicos de nivel secundario que no saben redactar un correo electrónico, o que van a su primer trabajo y no saben adjuntar un archivo. Porque lo que saben hacer son cosas un poco repetitivas, aquellas que proponen las plataformas que utilizan. Por lo que, incluso esas habilidades operativas que uno pensaría que están muy desarrolladas, necesitan también del rol adulto para que sean más creativas, diversas, productivas.
– Entre las habilidades reflexivas, mencionás la expectativa de autorregulación por parte de los chicos (es decir, que se autolimiten el uso de pantallas y dispositivos digitales): no sólo delegamos en ellos una función adulta, sino que cuando no lo hacen, nos enojamos con ellos. ¿Cómo ordenar esto?
– Uno de los grandes puntos que vale la pena discutir sobre cómo criar en Internet tiene que ver con esa idea de autorregulación: al depositar en ellos esa expectativa de que se autorregulen (a edades donde no tienen desarrolladas las capacidades de autorregulación), lo que hacemos es trasladar tareas de crianza a ellos, que son chiquitos.
Y en un punto es una ausencia, es dejarlos solos. Cuando yo le digo a un chico “usá poquito el celu, usá poquito esa aplicación”, estoy eliminándome, es decir, reduciendo mis propias tareas, que son estar cerca, observar, poner un límite y sostenerlo. Estoy pidiéndole al niño que se encargue -cuando no lo va a poder hacer-, y encima después me enojo porque no lo hizo.
Lo primero es repensar: ¿puede autolimitarse? Y si no puede, pensar: ¿cómo hago yo para regularlo externamente? Esto es lo que ocurre durante la infancia y la niñez en general: la regulación es externa, no interna. La interna se va construyendo, con mucho respeto, compañía, ejemplos, límites… Y en algún momento pasa de la interna a la externa, pero se da como un punto de llegada (no de partida).

– En el libro exponés cómo en esos casos la pantalla se convierte en un “cuidador virtual” que “oculta” esa ausencia mapaterna, en una realidad compleja que hace difícil encontrar el famoso equilibrio.
– Claro, porque el equilibrio requiere mucho esfuerzo. Si uno “deja hacer” a los chicos libres en las pantallas -por las características de los chicos, de todavía no tener herramientas de autorregulación, y por las características de algunas plataformas, que buscan aumentar el tiempo de permanencia- tenemos como resultado, en términos generales, un uso excesivo.
Para que no haya un uso excesivo, se requiere mucha presencia adulta: no sólo para limitar, sino para proponer otros usos, más diversos.
Pero para eso tiene que haber una decisión fuerte de la familia, presencia y disponibilidad, que hoy también está en crisis.
– ¿Y cómo manejar el “se queda afuera” a la hora de dar nuevos pasos, como anticiparle el primer celular (que durante la charla mencionaste que se recomienda no antes de los 13 ó 14 años)?
– Si indagamos en las principales razones por las cuales las familias habilitan usos digitales -sobre todo en forma prematura o temprana- es por la presión social (“todos tienen”, “no quiero que se quede afuera”). Esto es súper genuino: las familias aman a sus hijos y no quieren que se queden afuera de círculos sociales.
Creo que estamos llegando un poco tarde, cuando ya “explotó” el tema, cuando ya “todos tienen”. Por eso es importante empezar a trabajarlo antes.
En sala de cinco, primer o segundo grado está bueno empezar a hablar con las familias, en los famosos chats de papis y mamis: “Tengo ganas de empezar a hablar de esto, no quiero que mi hijo use celular o que tenga redes sociales, me gustaría que en los encuentros con amigos no haya pantallas de por medio, ¿quién se suma?”
– ¿Con qué argumentos sugerís dar esa conversación?
– Explicar que empieza a haber evidencia y que en casa empezamos a ver efectos, por ejemplo, que le cuesta sostener el juego, que no juega con juguetes, que le cuesta leer y concentrarse, que tiene muy baja tolerancia a la frustración, que tiene una necesidad constante de que le demos ideas para hacer, y no las genera…
Cuando uno empieza a asociar los efectos con las causas, es un buen motivo para plantear algunos límites.
La crianza solitaria es muy difícil, en todos los aspectos (no solo en digital), y se aliviana mucho en red. Creo que hay que empezar a implementar una crianza en red, también digital. Y este “efecto dominó” de familias que habilitan porque “todos habilitan”, si antes pudiesen charlar, probablemente muchas no lo harían.

– Destacás que el exceso de pantallas genera en los chicos “cuerpos tiesos y mentes hiperestimuladas”, “mentes excitadas y cuerpos estáticos” (con bruxismo y rectificación cervical), ¿por qué ocurre esto?
– Es que las pantallas -sobre todo durante la primera infancia y la niñez- proponen una disociación que no es propia de la edad: separar lo que pasa en el cuerpo de lo que pasa en la cabeza.
Entonces, hay niños a los que le dicen “relajate un poquito, descansá, que te pongo la pantalla”. Y, en realidad, su cabeza está a dos mil por hora porque están hiperestimulados, pero el cuerpo está tenso y quieto. Y, cuando apagás la pantalla, el chico se enchufa a 220 y vos no sabés por qué, “si hasta recién estaba tranquilo”. Pero no estaba tranquilo: estaba quieto. Su cabeza estaba hiperestimulada, se queda sobrecargado, y necesita descargar y tramitar por el cuerpo lo que le pasa.
– Me interesa lo que decís que hoy los chicos están expuestos de manera precoz a la lógica del consumo: ya no es más la publicidad que aparece entre cada capítulo de un dibujito animado, sino que es el influencer que “recomienda” cosas de manera solapada. ¿Qué implican estos cambios?
– Hoy hay una situación de emergencia en la infancia donde podemos pensar que lo propio de la infancia está en disputa: el juego desordenado y sucio, la imaginación, las ideas locas… Porque los niños están acartonándose a partir de lógicas de mercado.
Cuando uno permite usos prematuros, tempranos, de redes sociales y plataformas que promueven expectativas adolescentes o adultas asociadas al consumo (desde influencers, videos, contenido), esto empieza a ganar cada vez más terreno.
Y tenemos chicas de ocho años que, en lugar de estar jugando con juguetes o pintarrajearse para jugar a ser adultas, hacen su rutina de skincare con productos reales antes de ir al colegio.
Entonces, hoy nos preocupa lo arrinconada que está la infancia. La infancia necesita estructuras lúdicas que les permitan pensar cosas impensadas, no posibles, creativas, disparatadas, bizarras; que puedan prepararse para el mundo adulto a partir del juego; que no tengan miedo al ridículo; que desordenen, que ensucien…
– ¿Y por qué eso está hoy en disputa?
– Por diferentes factores: por la crisis de la crianza a partir del pluriempleo y la crisis de tiempo, las personas adultas tenemos poco tiempo disponible, porque el mandato es todo el tiempo ser productivos -incluso en los tiempos de ocio-; y nos queda muy poquito tiempo de jugar y estar disponibles. Y al estar poco tiempo disponibles, promovemos pantallas que estimulan otra cosa.
Entonces, es un círculo vicioso donde delegamos funciones de crianza en las pantallas, y cuando permitimos plataformas pensadas para adultos o adolescentes, empiezan a invadir lógicas de mercado más asociadas a los adolescentes y al mundo adulto.
¿Esto quiere decir que las pantallas están mal? No. Está buenísimo ver una peli, investigar, ver una serie, hacer robótica o programación, jugar.
El tema es hay que elegir: así como cuando voy a librería, me paso un rato largo eligiendo un libro para mi hijo de ocho años, debería poder elegir qué contenido ve y que ese contenido sea acorde a sus gustos y a su momento de la vida.
– Claro, están expuestos a la cultura masiva…
– Lo que más quiere un niño de ocho años hoy es ser influencer. Y esto te muestra que su horizonte de posibilidades está muy acotado por las lógicas de mercado. No se imaginan siendo científicos, astronautas o algo increíble: quieren ser influencers y vender cosas en redes sociales.