A Juan Minujín (49) le gusta que su trabajo hable por él. Y cual ilusionista, lo logra tanto en una sesión de fotos como en la ductilidad de los personajes que elige interpretar. Desde el 26 de marzo lo veremos en el rol del enigmático Marcos Brown de Atrapados, la nueva serie de Netflix y la primera adaptación de Harlan Coben para la Argentina, que protagoniza con Soledad Villamil, Alberto Amman y Matías Recalt.
Casi con un pie en el avión, llega a la cita relajado y puntual. Frente al fotógrafo está pendiente de los detalles y hasta elige dos looks pensando en Marcos, su personaje. Pero hay otro Juan Minujín, distinto a las máscaras que, como todo actor que se precie de tal, suele mostrar: tímido a la hora de la exposición pública, reflexivo al hablar de su profesión y sorpresivamente pasional cuando opina de tenis.
Tras su proyección internacional con películas como Los dos Papas (con Anthony Hopkins y Jonathan Price), donde representa a Jorge Bergoglio en su juventud, y Sin sangre (de Angelina Jolie, con Salma Hayek y Demián Bichir), ahora es el turno de Atrapados, la miniserie de seis capítulos, que ya mucho antes de su estreno ha generado expectativa gracias al factor Coben, el maestro de la actual novela policial.
Basada en la novela Caught del escritor norteamericano, quien también asume la producción ejecutiva junto a Vanessa Ragone, es uno de los trece títulos que el hacedor de best seller, con más de 85 millones de libros vendidos, tiene en Netflix, entre otros: Me haces falta, Engaños, No hables con extraños, El inocente y No se lo digas a nadie.
En un presente perfecto, con agenda completa hasta 2026, Minujín -reciente ganador del Cóndor de Plata por Coppola, el representante– ya inició el rodaje en Bilbao de Los domingos, filme español dirigido por Alauda Ruiz, y lo espera una serie en Madrid.

El chico de la tapa
-¿Imaginaste alguna vez ser un “chico” de tapa?
-(se ríe a carcajadas) No, la verdad que no, lo tomo como una comunicación más. Entonces miro y veo qué estamos contando con eso, como si fuera una narración, porque me gusta mucho actuar, que mi trabajo se expanda y que sea popular, pero promocionarlo me cuesta.
-¿Qué ves cuando te ves?
-En general soy muy crítico, no me gusta mucho hacer fotos como Juan, porque no es un lugar en el que esté muy cómodo. Pero en principio siempre veo a Juan el actor, que está en un buen momento y que puede expandir su trabajo, como con Atrapados, que se va a ver en Netflix, una plataforma super popular y de mucha calidad.
-Yo lo que veo es alguien que sigue disfrutando lo que hace como si tuviera los 15 años de cuando decidió ser actor.
-¡Sí! ¡Eso siempre! Me divierte actuar, inventar el personaje, discutirlo. Me resulta menos interesante hablar de mí como persona o la parte de “yo soy” o “yo pienso tal cosa”. Además, me gusta cuando se mantiene un poco el misterio de los actores, que no sabés tanto qué piensan o con quién están casados. Como espectador, cuanto menos sé de un actor, mejor, que hable por su trabajo.
Pueblo chico, infierno grande

Atrapados, con guion y dirección de Miguel Cohan y Hernán Goldfrid, fue filmada en Bariloche y desde el minuto cero plantea intrigas y engaños, a partir de la desaparición de Martina -Carmela Rivero, bisnieta de Edmundo Rivero-, estudiante secundaria y violinista.
Es la periodista Ema Garay (Villamil) quien visibiliza con su investigación sobre el grooming (acoso o abuso sexual on line, en general de menores de edad) y la trata, las contradicciones de una sociedad que, en una situación extrema, convierte a todos, poderosos y desprotegidos, en sospechosos. Entre ellos, Marcos Brown (Minujín), claro.
Completan el elenco Fernán Mirás, Mike Amigorena, Victoria Almeida y Germán de Silva. Y, entre los actores jóvenes: Amanda Minujín, la hija de Juan.
-¿Qué te atrapó de “Atrapados”?
-Un montón de cosas. Siempre trato de enfocarme mucho en el guion, había visto otras cosas de Harlan Coben y esta historia me pareció espectacular. Después, Miguel (Cohan) y Hernán (Goldfrid), me parecen dos directores geniales, con quienes siempre quise trabajar. Vanessa Ragone es una productora con un estándar de calidad enorme. Y obviamente el elenco, trabajar con Soledad (Villamil), Alberto (Ammann), Mike (Amigorena), Pablo (Rago), Matías (Recalt) y con ese montón de chicos que no conocía y son actores espectaculares.
-Con Matías Recalt (ganó el Goya Revelación por su papel de Roberto Canessa en “La sociedad de la nieve”), ¿te ves un poco reflejado en tus comienzos?
-Sí. Con Mati nos hicimos muy amigos en Bariloche, estuvimos juntos durante semanas, a veces sin grabar por el clima. Entonces había días que estábamos de back up, así que paseábamos o hacíamos torneos de ping-pong. Lo admiro, no sólo por los resultados que tiene o por cómo actúa, sino por lo que piensa y por cómo se toma la actuación.
-Aunque no compartís escenas con Amanda (19), ¿cómo fue volver a trabajar con tu hija? Ya lo habían hecho en la película “Las buenas intenciones”, en la que ganó el premio Sur como Actriz Revelación.
-Obviamente me conmueve, me encanta verla actuar, pero, ¿qué puedo decir yo que soy el padre? Acá no compartimos ni escena ni días de rodaje. De hecho, nos vimos poco, en algún momento coincidimos en el hotel, pero ella estaba con el grupo de los jóvenes que armaron un buen equipo.

-No sé si alguna vez te pesó llevar el apellido Minujín, que por tu tía Marta es tan icónico en el mundo del arte. ¿Pensás que a tu hija además le pesa por vos?
-No lo sé. Uno es quién es, tiene los padres que tiene. A veces se dedican a lo mismo que vos, a veces no. El descubrimiento del oficio y de la actuación es de cada uno, más allá de que tengas a alguien que ya lo recorrió, porque el camino siempre es personal.
-¿Cuánto te condiciona saber que, por la dinámica de las plataformas, tu trabajo es global?
-Esta es una serie argentina que se va a ver en todo el mundo, pero no por eso hay que hacer algo neutro y entendible para todos, porque ahí es justamente cuando empiezan a perder valor las cosas. Cuanto más singular y local es, más llega. Nos ha pasado con El marginal; algunos pensaban que no iba a funcionar porque es demasiado local, fue al contrario. Insisto, cuanto más personal y singular es una trama, más humana es.
Por otra parte, cuando ves Bariloche y la magnitud de esos paisajes muy argentinos, lo primero que se piensa es: “¿Dónde es? Quiero conocer ese lugar”. Me ha pasado con series en donde la naturaleza es tan imponente que habla por sí sola. En Atrapados, la Patagonia, con la cordillera, los lagos y los bosques, es un personaje más que va atrapando a los protagonistas.
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Tráiler de «Atrapados»
-En el paraíso también ocurren cosas que nos ponen en riesgo, como ser víctimas del grooming.
-Por eso los contrastes entre ese paisaje y lo que les pasa a los personajes adentro es tan interesante. La novela original transcurre en los suburbios de Nueva Jersey, entonces, fue muy inteligente que los guionistas adaptaran la historia a la Patagonia.
De todas maneras, lo del grooming en la serie es un disparador de otras cosas que pasan, mucho más complejas, inclusive en relación a la comunicación en las redes sociales. Y desnuda a los personajes, con sus necesidades, sus inseguridades, sus puntos vulnerables y sus perversiones.
La importancia de hablar en casa y del Estado
-Tus hijas, Amanda y Carmela (15) están en esa edad donde pone foco la serie. ¿Cómo te impacta como papá?
-Más allá que las chicas son grandes y confío mucho en ellas, sigue siendo un tema de conversación en casa. Es importante que se aborde desde las instituciones, que se pueda hablar del grooming, la sexualidad, el acoso, el abuso, la pedofilia, porque si eso queda sólo en manos de las familias ya sabemos por las estadísticas, que en realidad la mayoría de los abusos son intrafamiliares.

-Parece difícil que las instituciones educativas hoy puedan contener esos temas. ¿Cómo reaccionaste cuando Javier Milei vinculó la pedofilia con la homosexualidad?
-Eso habla por sí solo, no hay que agregar una sola palabra. Es cierto que hay una tendencia a ir sacándole a los chicos y chicas la ESI (Educación Sexual Integral). Y es un error garrafal.
Más allá de lo dicho por el Presidente -que ya tuvo una gran respuesta de rechazo-, y para no quedarnos sólo en la anécdota de las palabras, que son totalmente repudiables desde ya, insisto con esto: el grooming y los abusos deben contenerse desde la comunidad. Es un poco lo que plantea el personaje de Leo (Ammann), quien está al frente de un centro de ayuda para jóvenes.
Por eso es importante tener ficciones nacionales, no por ser chauvinista, no porque lo argentino es bárbaro o es lo mejor, sino porque cada sociedad y cada lugar debe narrarse a sí misma.
-Porque si no iríamos perdiendo nuestra identidad cultural.
-La perdés. No es una abstracción. Porque si no caes en: “¿A quién le importa? Hay cosas mucho más importantes que hacer una serie o una película”. Yo no digo que no, pero la cultura nos forma, nos va haciendo quienes somos. Atrapados muestra un Bariloche que es como la Argentina hoy, complejo social y culturalmente, con familias super influyentes dueñas de la mitad de la ciudad y otras que no tienen nada.

-El tema de las redes es clave, vos no te llevás bien con ellas.
-No, trato de perder la menor cantidad de tiempo posible en eso.
La pasión menos pensada
-Entre los destinos inesperados donde llegaste por tu profesión, fue muy comentada la alfombra roja junto a Angelina Jolie en el Festival de Cine de Toronto, en la presentación de “Sin sangre”, la película que ella escribió y dirigió.
-Tuvimos muy buena relación cuando filmamos en Italia y cuando se presentó en Canadá nos reencontramos todo el elenco. Ella es una directora bárbara, super interesante, sensible e inteligente. Se le nota que tiene un background de actriz, con gran capacidad para transmitir lo que quiere en cada momento y con sutileza, dándonos al mismo tiempo mucha libertad para trabajar.
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Tráiler de «Atrapados»
-¿Hablás en inglés en la película?
-Sí, sólo en inglés. Y fue un trabajo arduo, porque actuar en una lengua que no es la tuya, con la que no tenés una historia afectiva, requiere el doble de esfuerzo.
-Me sorprende porque viviste en Londres dos veces, primero en el ’76 durante el exilio de tus padres, y luego a los 22, cuando fuiste a estudiar teatro…
-Es más difícil actuar en otro idioma, porque si los textos no tienen una resonancia interna o alguna emoción, ves en pantalla actores que tiran letra sin parar. En un idioma que no es tu lengua materna, yo tampoco soy bilingüe ni la adquirí cuando era chiquito, hay que encontrar esos resortes e ir calibrando las emociones vinculadas al lenguaje.
En Coppola, que estoy feliz por los cinco Cóndor de Plata que ganó, hicimos ese trabajo con el italiano. Pero ahí es distinto, porque uno ve al personaje haciendo el esfuerzo de hablar un idioma que no maneja.
-¿Te salió la parte cholula con Angelina?
-No, no soy cholulo. Y además trabajamos doce horas por día en el set, así que después de un rato es una compañera más que te está dirigiendo.

-¿Tampoco te pasó con Anthony Hopkins y Jonathan Pryce en “Los dos Papas”?
-No. Me dio mucha alegría y orgullo porque a los dos los admiro realmente. Crecí viendo sus películas, pero no soy cholulo, sí me pasa con los tenistas, lo admito.
-¿Sos de pedirles una selfie?
-No lo hago porque me da vergüenza, pero si no fuera tímido lo haría.
-Poco. Jugaba de chico, pero no profesionalmente.
-¿Cuál es tu tenista preferido?
-Hay un montón, de afuera me encanta Djokovic. De acá soy fanático de todos. ¡Miro hasta los challengers! De los argentinos de ahora, me gustan Etcheverry, Cerúndolo… Y de mi generación, Gaudio, Nalbandian…
-El famoso ¡qué mal la que la estoy pasando! de Gaudio en Roland Garros merecía un Oscar, porque en una frase reflejó todas sus emociones y frustraciones. En una situación así, ¿puede aprender un actor en el escenario?
-Totalmente, porque el actor lidia con muchos demonios, sobre todo en el teatro porque salís al escenario y el público está ahí. Eso es lo que me gusta del tenis, los enemigos del tenista son ellos mismos, no es el otro, y están librando sus batallas con ellos mismos todo el tiempo.
-¿Cuáles son tus demonios?
-¡Tengo miles! La crítica, la exigencia, la envidia… miles de cosas. Reconozco mis demonios y mis miserias y convivo con ellos y además me parece un gran motor expresivo. La nuestra es una profesión en la que estás todo el tiempo tratando de gustarle al otro, rindiendo examen y tratando de despertar el deseo del otro.
Y si estás en el teatro es la aceptación del público, si se ríe, si está atento… es una tortura que con los años vas piloteando. Para mí la actuación siempre fue el lugar para poder tramitar los rechazos, los miedos, las inseguridades, las fragilidades. No hay tantas emociones, te quieren, no te quieren. En definitiva, todo gira alrededor del amor y del rechazo.

-Empezaste a ser actor por el teatro, ¿lo extrañás?
-Sí, hace bastante que no lo hago. Tengo un montón de propuestas relindas y Buenos Aires es una ciudad increíble para hacer teatro, pero es una cuestión más de agenda que otra cosa, porque requiere que estés acá.
-¿Fuiste a ver a tu admirado Pompeyo Audivert en “Habitación Macbeth”?
-¿Te sigue “partiendo” la cabeza como cuando tenías 15 años y después de verlo en la obra “Postales argentinas” decidiste estudiar actuación?
-La verdad que sí. Soy muy fan y sigo pensando que es una experiencia única verlo. Me alegra que Habitación Macbeth se haya masificado tanto y el merecido reconocimiento a Pompeyo. Yo lo he visto en casi todas las obras que hizo porque, como decís, uno de los motivos por el cual empecé a actuar es él.
-Lo decís en las notas, ¡¿pero a él no se lo dijiste nunca?!
-Además de tímido, ¿cómo definirías a Juan Minujín, no al actor?
-No sé, me resulta muy difícil definirme. Soy un tipo feliz con el recorrido que vengo haciendo, con mi familia, mis afectos, mi pareja (la psicóloga Laura de la Vega), mis hijas, mis padres y mis hermanos. En fin, feliz con la vida que tengo.
Agradecimientos. Estilismo: Cecilia Allassia. Peinado y maquillaje: María Cecilia Martínez Ojeda. Look 1: Chaqueta y pantalón: Carbone. Remera: Lacoste. Botas: Teran. Look 2: Sweater crochet y pantalón Carbone. Zapatillas: Lacoste