domingo, mayo 18, 2025
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La historia de las hegemonías políticas -y del intento de imponerlas- en la Argentina es demasiado larga y conocida. El resultado, en perspectiva, no ha sido tan bueno como sus exegetas lo creen. Más que un acierto, es una deformación histórica.

Cada gobierno que llega a la Casa Rosada se propone destruir a su adversario para imponer su política como única verdad fundacional. La primera tarea es tratar de subordinar o, si hay resistencias, destruir a los sectores afines pero no iguales que le disputan el electorado.

Ese reflejo hegemónico siempre está. Desde el peronismo omnipresente hasta el “tercer movimiento histórico”, que alentaba el alfonsinismo más duro, hasta esta experiencia mileista, las coaliciones de gobierno, aquellas que pueden dar estabilidad política y previsibilidad, no han funcionado como tal. Se han formado para ganar las elecciones pero no para gobernar porque los presidentes que surgen de esas experiencias se convencen que las coaliciones son una pérdida de tiempo y estorbo para sus decisiones, y que el consenso es una “noñería” republicana, para elegir un término que usa Milei. Y lo usa críticamente porque el “republicanismo”, visto desde la pretensión hegemónica, es un formalismo bobo cuando no una inutilidad.

La fragmentación política actual entusiasma aún más a los hegemonistas, sobre todo a los recién llegados que juntan los restos. Producto de esa visión es que para Javier Milei es hoy más importante derrotar a Mauricio Macri en la Ciudad, empujándolo hacia el ocaso político, que ganarle al kirchnerista de origen radical, Leandro Santoro.

La apuesta de los hermanos Milei es derrotar a los primos Macri y quedarse como la única expresión de la derecha franca en la Argentina. Es cierto que hoy en la Ciudad solo se juega la composición de la Legislatura -Jorge Macri deberá poner toda su atención allí porque una derrota clara lo debilitará demasiado- pero el premio mayor es imponerse en el único y auténtico territorio del PRO.

Milei puso a todo el gabinete en el escenario del cierre de Manuel Adorni, su vocero y hombre de confianza de su hermana Karina, y se presentó él mismo con un discurso enderezado a golpear al macrismo, su objetivo. Volvió a mostrar también su sed de venganza con el periodismo: esta vez se ensañó con un periodista que le había hecho una pregunta absolutamente lógica cuando recién llegó con Victoria Villarruel a la Cámara de Diputados. Suficiente para que sus fanáticos colaboraran en este linchamiento público del periodismo, repitiendo el método inaugurado en el acto de Parque Lezama cuando se lanzó La Libertad Avanza. La violencia verbal permea hacia abajo: no se debe bajo ninguna circunstancia abrir esa Caja de Pandora.

Es cierto que Milei piensa en las elecciones nacionales de octubre, con el objetivo de mejorar la presencia de LLA en el Congreso, pero antes debe darle el golpe definitivo a Macri. Es una apuesta y es un riesgo. Ya demostró que es capaz de voltear Ficha Limpia con dos objetivos: 1) afectar a Silvia Lospennato, la candidata del PRO en la Ciudad; 2) Mantener viva a Cristina Kirchner como antagonista, polarizando la elección. Por eso Milei coincidió objetivamente con el misionero Rovira, un caudillo que está con todos para favorecerse a sí mismo, y le dio al kirchnerismo los votos en el Senado necesarios para enterrar la ley.

La deducción de Milei es que una derrota del macrismo despejará el camino para que la LLA no comparta el cartel francés con el PRO en la provincia de Buenos Aires: Santilli y Ritondo podrán hacer lo que ya hacen pero de una manera más abierta. Milei querría desde mañana rendición incondicional.

¿Por qué el PRO quedó tan vulnerable en la Ciudad? Quizá en el distrito porteño se daban las mejores condiciones para revitalizar Juntos por el Cambio. ¿Qué o quién decidió que esto no ocurriera? Mauricio le atribuye a los egos de Patricia Bullrich, que vio luz en el poder y se tiró de cabeza, y de Larreta, atribulado por su decepción presidencial “in pectore”. También, Macri intentó un pacto con un Milei agrandado, que lo entretuvo hasta que le comenzó a comer los dirigentes mientras le ofrecía milanesas en Olivos.

El estallido de lo que fue el oficialismo porteño, que sostuvo al PRO desde que Macri ganó la jefatura de Gobierno, es un dato inocultable de la anemia que hoy padece.

Milei llega a la elección con una inflación más baja de lo esperado, un dólar controlado, con los precios vigilados y con Luis Caputo al teléfono con empresarios para corregir cualquier desviación. Métodos nada originales porque ya lo usaron hasta el hartazgo gobiernos anteriores, denostados por Milei. A propósito de Caputo, el ministro, se convirtió también en un visionario proclamando la desaparición del periodismo. Al revés del dicho popular, sería bueno que el ministro sostuviera también en privado lo que dice en público para complacer al oído regio.

Hasta ahora hubo cinco elecciones y en todas ganaron los oficialismos. La de hoy en Capital es, ya está dicho, mucho más importante por el liderazgo de la derecha.

Hay que observar con cuidado, también, lo que ocurre en el peronismo que, a pesar de todo, se mantendrá unido. Cristina Kirchner ha cedido ante Kicillof, aunque lo disimule. Y lo ha hecho por una razón simple: la división del oficialismo bonaerense es una sentencia de muerte. No es un detalle menor que la ex presidente, acostumbrada como está a que nadie la contradiga, haya admitido bajar la tensión para permitir un acuerdo. Cristina parece decidida a bajar al barro de una candidatura en la tercera sección electoral, donde muchas veces se ha decidido una elección bonaerense, y apura a Sergio Massa que se presente en la primera sección. Un gesto es revelador de las dificultades políticas y judiciales que enfrenta Cristina, que pueden apurar su ocaso, como el de Mauricio Macri. Otra vez, el espejismo de la hegemonía tienta a Milei.



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